martes, 26 de febrero de 2013

Entrevista a Viviana Paletta y Óscar Pirot


*La presente entrevista se publicó (junto con un ensayo sobre las obras de ambos autores y una selección de sus poemas) en la revista Separata, número 22, correspondiente al mes de julio de 2011.


Viviana Paletta (Buenos Aires, 1967).
En 1986 recibió el 1er premio de Poesía en el I Certamen Literario para la Mujer Argentina y en 1989 fue seleccionada en la Primera Bienal de Arte Joven de Argentina. En 2003 publicó su libro de poemas El patrimonio del aire. Sus cuentos integran: Di algo para romper este silencio (México, 2005), Antología de seres de la noche (México-Florida, 2006) y El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos, (Santiago de Chile-Lima, 2007). Está incluida en la antología Estruendomudo y Los poetas interiores. Una muestra de la nueva poesía argentina (Madrid, 2003 y 2005). Ha editado y prologado los Cuentos completos de Rodolfo Walsh (Madrid, 2010).


Óscar Pirot (Ciudad de México, 1979)
Nació en la ciudad de México en 1979. Es autor de los poemarios: Memoria del agua (Amarillo Editores, México, 2005), Luz anfibia (Mención Especial del Jurado en el Premio de Poesía Universidad Complutense, 2010) y Bestimenta (Papel de Fumar Ediciones, La Tabacalera, Madrid, 2011). Parte de su obra aparece recogida en la antología Donde el olvido no habite (Legados Ediciones, Madrid, 2011). Actualmente reside en España y es miembro del colectivo de poesía Lavarca Ebria.
Aprovecho la ocasión para felicitaros por la publicación de vuestros dos excelentes poemarios, Las naciones hechizadas y Bestimenta que, sin duda, ofrecen una buena muestra de la calidad que la poesía hispanoamericana, si atendemos a vuestro origen, tiene en la España contemporánea; calidad a la que responden editoriales humildes y atrevidas ―esta calificación sólo desde la visión mercantil que hoy prima― como Papel de Fumar Ediciones, de Madrid (España) y El Otro el mismo, de Mérida (Venezuela), al reconocer el privilegio que los lectores tenemos de disfrutar con estas letras.
Conrado Arranz (CA): Me gustaría, en primer lugar, saber cómo compatibilizáis vuestra vida cotidiana con la escritura de poesía.
Viviana Paletta (VP): Hablar de compatibilidad sería todo un logro… Tengo una niña chiquita y llevo adelante un proyecto editorial que, dado las dificilísimas circunstancias que estamos atravesando, requiere la totalidad del tiempo y la energía. No obstante, siempre intento reservar una parcela de tiempo para la escritura, es una necesidad casi biológica, además de para reflexionar en torno a cada texto en el que esté trabajando y acerca del hecho de escribir en general, y de lecturas sobre teoría literaria, poética, etc.
Óscar Pirot (OP): El desbordamiento de la cotidianeidad a veces me produce un estado de indeterminación, una suerte de autismo existencial. Es como si la densidad de los días me fuera fosilizando y me maquillara con un halo de invulnerabilidad. Es entonces cuando la escritura se hace más necesaria, es entonces cuando uno se detiene, baja las armas y se predispone a una voluntad de contagio. En mi caso, la escritura no surge del trayecto sino de las pausas, esas pequeñas visiones en las que de pronto el entusiasmo y la vitalidad nos devuelven la capacidad de asombro. El asombro permite que uno no sea sombra. En mi día a día busco un estado contemplativo, ese pequeño hallazgo que puede surgir de una reflexión, un recuerdo o un contacto directo con la intemperie. Entre ese hallazgo y el acto de la aparición del poema atravieso por un proceso al que denomino la sedimentación del lenguaje, un lento despeñarse en el que busco que el poema sea quien me escriba y no yo quien escriba el poema.  En ese sentido escribir no es escribir sino desollar el silencio, desoír para escuchar lo que hasta ese momento se nos presenta como indecible. En mi vida cotidiana compatibilizo la escritura con esa alteridad entre el hombre seducido por el letargo de la rutina y el niño que se detiene boquiabierto a sentir cómo el mundo acaba de nacer.
CA: ¿En qué proporción repartís la carga espiritual y la carga material dentro de un poema?, ¿qué importancia tiene la forma respecto al contenido en vuestra poesía? y ¿qué función cumple cada una?
VP: toda la carga espiritual, como la defines, se expresa a través de la “estrategia” material. Para mí el poema es un “híbrido” de continente (o forma) y contenido; no tiene ningún sentido que la balanza se incline a favor de uno o de otro, iría en detrimento del poema. Creo que un poema es una entidad autónoma cuando alcanza la mejor forma, la expresión única de ese contenido a través de la materialidad que le sirve de vehículo.
OP: Siempre me ha cautivado -entre otras influencias filosóficas como el concepto de sustancia divina de Baruj Spinoza- la teoría del hilozoísmo de Tales de Mileto como ejercicio espiritual a lo largo de mi vida. El hilozoísmo abogaba por una animación psíquica de lo que a nuestros ojos se presenta como inanimado. Tales de Mileto confiaba en que las cosas estaban habitadas por pequeños dioses. Más allá de esta creencia, que me resulta peculiarmente afín con la religión del shintoismo –guardando, claro, las debidas proporciones-  lo que me produjo cierta curiosidad fue llevar a cabo ese planteamiento indagatorio sobre las cosas que me rodeaban. Un ensayo imaginativo de despersonalización para intentar penetrar en el ser de las cosas y hablar desde ellas o siendo ellas. Por eso creo que la carga espiritual en mis poemas no está escindida de la carga material, intento más bien que confluyan y se vean sometidas a una simbiosis en la que se contengan simultáneamente. Trato que el poema contenga un aliento místico y sobre todo naïf.  En ese sentido me cautiva mucho una idea del poeta mexicano Antonio Deltoro que dice que en “la infancia todo está animado, todo está almado”, es decir, que todo tiene alma. Lo que intento es que el poema sea una recreación del instante, una realidad poética en donde las cosas dejen de ser ellas mismas para convertirse en otras.
En algunos de mis poemas la importancia de la forma es fundamental debido a que la distribución tipográfica del verso o la adecuación a una forma métrica convencional o inventada son el vehículo para que las palabras cuajen y fortalezcan el sentido de lo que en ese momento se está diciendo. El cuerpo del poema se nos presenta como una danza petrificada que cobra movimiento en la lectura. Busco que la forma cumpla la función de hacer visible la musicalidad interior que duerme en cada poema, y en otros casos que alimente el significado que se desprende esa musicalidad. El contenido en la forma se vuelve incontinencia, va más allá de ella, es una semilla que nace para  transgredir  sus límites y florecer en una imagen distinta a la que se proyecta. En mi poemario Bestimenta intenté que esta relación fuera por demás evidente, quise que fuera un bestiario del lenguaje. Así, por ejemplo, si el poema se refiere a una ardilla, un escarabajo o a una libélula, utilizo el haikú, el aforismo o la greguería; mientras que al hablar del hipopótamo, el mandril o de una cocodrila, recurro a un desbordamiento, una incontinencia del lenguaje que denote la pesadez o la violencia verbal que estos animales pudieran encausar a través de una voz imaginaria. La forma y el contenido son una unidad indisoluble que busca ser disuelta.
CA: En ambos poemarios, la reflexión en torno al lenguaje termina por constituirse en un elemento esencial, ¿qué inquietud os genera este tema y cómo interactúa con el resto?
VP: Más que inquietud, supone un reto, un aliciente, un acicate para la imaginación y el trabajo de encontrar la correspondencia de la palabra con la forma que le es idónea. Creo que tenemos “el lenguaje” y “todos” los lenguajes (y todas las formas, las más puramente líricas y las provenientes de otros ámbitos) como materia prima a nuestra disposición.
OP: Mis dos grandes obsesiones son el lenguaje y la luz. Desde el Cratilo hasta nuestros días la idea de la palabra como portadora del ser ha sido un tema inagotable. En mi opinión, este cuestionamiento se reduce a una paradoja: el lenguaje no da vida pero es vida. “Hay que pensar  -nos dice María Zambrano- que el primer lenguaje tuvo que ser delirio. Milagro verificado en el hombre, anunciación, en el hombre, de la palabra.” Si la palabra se anunció en nosotros estamos destinados a enunciarla. En mis poemas no busco explicar el lenguaje sino simplemente evidenciarlo, que el lenguaje se diga sí mismo. La poesía está más cerca de la onomatopeya primitiva porque recurre a ese delirio para exorcizar un estado de lucidez. Esta esencia interactúa en mi poesía a modo de intermitencia: que el lenguaje poético diga y que también se diga.
CA: ¿Cuáles pensáis que son los ingredientes del lenguaje moderno?, ¿cómo se articula en relación con los hechos cotidianos?
VP: Resulta una pregunta muy amplia y compleja ya que somos “canales” de innumerables tipologías lingüísticas, simultáneamente, resultado de los medios de información y comunicación vigentes hoy, novedosos algunos como internet, móviles (celulares), etc. Por un lado se tiende a la especialización, pero, lamentablemente, con la imposición de ciertas perspectivas (por ejemplo, la del lenguaje económico y financiero, la terminología deportiva –donde todo se subsume en una lógica de la competencia–, los eslóganes propios de la publicidad y la propaganda, etc.) ese lenguaje especializado invade los otros ámbitos, hasta los menos afines, desplazando otras variantes lingüísticas más apropiadas e incluso llevándolas al abandono. De ahí la pobreza lingüística que nos aqueja y que vuelve el discurso vigente monocorde, estrecho y, las más de las veces, vacío. Lo que deriva en una falta de elementos para asimilar la experiencia, sea esta la correspondiente a la cotidianeidad o a hechos de mayor alcance.
OP: Las redes sociales y la tecnología han convertido nuestra vida en un hipertexto colectivo. Las voces se entremezclan y dan por resultado una especie de multi-autobiografía mutilada. Este palimpsesto está marcado por la fugacidad, la concisión, la divulgación y la evidencia de lo íntimo. La hiperactividad de nuestras sociedades nos orillan a decir y a señalar, cuando en realidad debiéramos nombrar y descubrir. Esta es la ambivalencia que el lenguaje moderno y los hechos cotidianos nos están heredando.
CA: ¿Qué sentimientos os produce escribir poesía?
VP: La libertad. La posibilidad del autoconocimiento. Una forma particular, lúdica y clarificadora, incluso luminosa a veces, de pensar.
OP: Escribir poesía me produce una sensación de compañía y orfandad. Vivo la poesía como un duelo interior, una oración, un rezo. Siento una gran debilidad y empatía por Ícaro y Faetón. En ambas figuras me cautiva el riesgo del ascenso y la caída. Escribir poesía me produce ese vértigo inmóvil. El riesgo de estar vivo.
CA: Conocemos de cerca poetas que han vivido casos tan traumáticos o, sencillamente, tan irracionales, que han llegado a decir basta a una realidad poetizable, que se han visto determinados a dejar de escribir ―muchas veces en beneficio del activismo. La violencia es, en muchas ocasiones, culpable de esta determinación, ¿cuál es tu opinión al respecto?
VP: La literatura latinoamericana tiene incontables casos de convivencia de la vida política con la literaria (indiscernible en sus orígenes, como en el caso de Sarmiento, Echeverría, etc.) del abandono de la escritura en favor del activismo político, empezando por Martí y más específicamente a mediados del xx deriva en la lucha armada (Dalton, Urondo, Bustos, Walsh, etc.) y estoy de acuerdo contigo en que la violencia, especialmente la totalitaria, acelera ese tipo de decisiones, aunque también los ideales, sentir que se forma parte de una maquinaria colectiva en un momento histórico único, por lo que las vocaciones individuales como es la literaria se llegan a percibir, a sufrir, como un lastre: es claro esa disyuntiva terrible que sufrieron algunos autores. Creo que el poeta, el escritor, como cualquier otra persona que da lo mejor de sí en la práctica de su vocación y oficio, tendría que salvaguardar esa tarea porque le es intrínseca como persona, pero también es un trabajo social, comunitario: sus palabras son para los demás, así sus reflexiones, sus hallazgos, su pensamiento. Sin embargo, entiendo perfectamente que formar parte de un movimiento revolucionario –o ser víctima de una dictadura, por ejemplo- lleve a abandonar la práctica de esa vocación.
CA: En tu poesía hay una constante referencia al sentido de la tierra para el hombre. En el poema que da título a tu libro afirmas al principio: “La muchedumbre emerge del barro”, para luego, en un sentido más material, constatar: “Pero tenemos pavor / de que nos rapten la tierra”. ¿De qué manera enraíza dicha concepción con la tradición hispanoamericana de principios del siglo XX?, ¿cómo crees que influye este tema en tu obra, en tu concepción del mundo?
VP: Como decía Joaquín Pasos, “Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra…”. Siendo completamente sincera, tu lectura fue la que reveló esta presencia tan pertinaz en mi poesía, de la que no era consciente (me consideraba más “urbanita” y menos “gauchesca”). Creo que tiene que ver con la idea de permanencia, con la raíz última del ser. Reflexionar en qué es lo que permanece cuando todo se desbarata, se desintegra. Más en el tipo de vida que llevamos en las ciudades a principios del siglo xxi: todo fluye, se migra, se cambia continuamente, hasta “lo sólido se desvanece en el aire”, como anunciaba Marx, vivimos entre virtualidades y variantes constantemente, entre la ligereza y la inaprehensión, con graves problemas para “capturar” la experiencia, asimilar las vivencias; y quizá los elementos “permanentes” como la tierra respondan a esa necesidad de anclarse, sostenerse, aunque sea en su mínima expresión. Es probable que su origen se encuentre en la narrativa latinoamericana de principios del xx (José Eustasio Rivera, Rómulo Gallegos, Horacio Quiroga) donde el paisaje es un protagonista más, e incluso a veces tiene la última palabra, y que también se puede rastrear en multitud de autores posteriores, como Borges, Girondo, Neruda, Rulfo, Lezama Lima, y por supuesto Vallejo… Y también en escritores argentinos que me apasionan, el narrador Rodolfo Walsh y el poeta Arturo Carrera.
CA: ¿Si fueras un animal?
VP: Alguno que tenga que ver con los espacios abiertos, el aire libre; el viento en la cara: un caballo, algún felino. También un pez ligero en el mar.
CA: El hombre y la bestia forman el binomio esencial en tu reciente poemario, ¿cómo se articula en torno a tu concepción poética?
OP: Todo parte entorno a una reflexión de lo animal y lo poético. La naturaleza animal implica en sí misma un estado de permanencia poética.  Pareciera que los movimientos naturales de ciertos animales poseen intrínsecamente una belleza singular. En contraste, los movimientos naturales del  hombre resultan a veces anodinos. Creo que, entre otras muchas razones, inventamos el arte para llenar los vacíos poéticos de los que carece nuestra propia naturaleza. El arte, más allá de alejarnos de los animales, nos acerca más a ellos. Mi poemario Bestimenta es un acercamiento hacia esta concepción fraterna con lo animal.
CA: Como en “Sueño manatí” [poema incluido en Bestimenta], en ocasiones resulta difícil expresar con el lenguaje lo que forma parte de nosotros. En tus poemas, la reflexión en torno al silencio, constituye un tema recurrente, ¿cómo planteas esa relación entre lo nombrado y lo no dicho?
OP: La insinuación es una de las virtudes poéticas que más me seducen. Esta virtud la descubrí gracias al acercamiento a la poesía china, japonesa e hindú, que se lo debo en gran parte al libro Versiones y diversiones de Octavio Paz. La insinuación plantea que el poema está en lo no dicho. Entre lo nombrado y lo no dicho hay una inercia que se desprende y nos convida de una nueva incertidumbre que nace a partir de lo que el poema dice. El poema nace del silencio y regresa a él. Es una ablución que acaba por convertirse en un vapor más allá de su agua. Es ese vapor lo que busco al bautizar el poema.
CA: ¿Si fueras un territorio?
OP: Sería un paisaje nevado. La nieve es la escritura que borra lo dicho por el paisaje.

lunes, 25 de febrero de 2013

De murmullos y aflicciones


*El presente ensayo se publicó (junto con una entrevista a ambos autores y una selección de sus poemas) en la revista Separata, número 22, correspondiente al mes de julio de 2011.


Viviana Paletta

Las naciones hechizadas.

Mérida, El Otro, el Mismo, 2010

Óscar Pirot

Bestimenta.

Madrid, Papel de fumar ediciones, 2011



Seguramente, el texto que sigue a continuación no haga justicia literaria al contenido de dos libros ―colecciones de poemas― de muy reciente publicación: Las naciones hechizadas (Mérida –Venezuela–, 2010), de la escritora argentina Viviana Paletta, y Bestimenta (Madrid, 2011), del mexicano Óscar Pirot, ambos residentes en suelo español. Lo que iba a ser una reseña para dar testimonio de dos hechos excepcionales ―alumbramientos silenciosos aunque incómodos para el lector― se ha convertido en un ensayo más voluminoso. El lector no encontrará en estas letras hilos a las obras de la tradición poética española o hispanoamericana, tampoco sesudas teorías literarias que expliquen la composición de los versos o la estructura de los poemas que integran ambos libros, ni siquiera un testimonio liminar de gráciles eslóganes editoriales que inciten a la pulsión mercantil que todos poseemos de manera más o menos oculta. Lo que sigue es un sencillo ronroneo, el sonido aparente de un gato que durante días se restregaba contra mí mientras leía inocentes y cercanos poemas con la mirada con la que uno se aproxima a algo que emana de un ser querido. Cuando acabé su lectura intenté encontrar al felino en el espacio que delimitaba mi pequeño territorio, pero éste había desaparecido o, tal vez ―y esto siempre es peor―, nunca había existido. Simplemente gravitaba, entre el espacio delimitado por ventanas y paredes, aprisionado, ese ronroneo constante e incómodo, difícil de descifrar, sostenido en clave de Sol[1], que sólo el silencio ―enojado con la condición humana en el albor del siglo XXI― podría descifrar y poner emoción en forma de letra. Ayer pensaba ―y hoy dudo― que era justo recurrir a la condición de creadores hispanoamericanos en España de Viviana y Óscar, hacedores en tierra ajena a su alumbramiento, renovadores de un género que viene de una tradición poco conocida o difundida en España, al contrario de lo que ocurriera con la novela que se llamó del boom, la de mediados de siglo XX, cuyos precursores Juan Rulfo o Jorge Luis Borges, entre otros, hoy cumplen veinticinco años de desaparición corporal. Largos son los caminos que conducen a la literatura hispanoamericana en España, como largo el enriquecimiento que la española ha experimentado en las últimas décadas gracias a aquélla; Viviana y Óscar pertenecen a una generación de autores que, si bien su adolescencia transcurrió entre lecturas provenientes de su tradición nacional ―algo que, sin duda, otorga a su voz esa denominación de origen que todo lector distingue―, su despegue literario se encuentra influido por la época que nos ha tocado vivir, aquélla en que las noticias, las formas, las influencias, las lecturas, la crítica, viaja a la velocidad de la luz por diferentes canales de comunicación. Así, un lector escéptico, aburguesado, melancólico, como el que podría estar escribiendo esta opinión, puede encontrar bajo la pluma de ambos poetas, elementos suficientes para elevar al carácter de universal sus temas y convertir las palabras ―bajo la belleza de la estética― en balas dirigidas al centro de cualquier existencia.

Hoy la realidad se hace urgente y lo que iba a ser una lectura personal sobre dos obras se convierte en un eco exterior de consecuencias inabarcables. Uno pasea despistado por la Puerta del Sol y confunde entre la muchedumbre voseos, seseos, haches aspiradas, tonalidades lingüísticas y léxicas de diferentes colores, palabras que todo el mundo entiende aunque sea la primera vez que las escuche. La reflexión sobre el alcance del lenguaje y su uso ocupa un elemento esencial en ambos autores. De alguna forma, ambos poemarios parten de la muerte del hombre tal y como se le entiende en el siglo XXI: un ser ahogado por musculosa materia que carga allá donde se traslada pero que, no obstante, en esos trayectos abandona lo que de espíritu le queda. En esas masas ingentes debe encontrarse la esperanza de luz, el espíritu animoso a la crítica y al cambio, ya sea en la animalidad que todos albergamos como instinto, como nos presenta Óscar Pirot, o ya en la capacidad de indignación ante sí mismo, el reconocimiento de lo que no queremos ser y, sin embargo, la incertidumbre ante lo que somos, como lo hace Viviana Paletta. Así las cosas, ¿nos costaría identificar en la nueva cúpula del intercambiador de Sol ―diseñada por Fernández Alba― a un ballena transparente que escupe bocanadas de personas hacia la plaza mientras cada uno de los individuos apuntala con arpones sus mensajes de futuro? Un animal que colabora en la ruptura de las barreras que trasluce Óscar Pirot en su poema “Araña”:

“y se van acostumbrando a ser el hilo

mortal que estranguló su propia luz”

Bestimenta, como dice Julio Espinosa en el prólogo del libro, es “como quien dice Bestiario, como quien dice Vestido de Bestia o Bestia Vestida”; en realidad, una forma de identificación del hombre con la bestia, metamorfosis que, también como pretexto literario, sobreviene en “El domador domado”, poema con el que Pirot abre el libro:

“ha comido ya su ración de carne

ha dejado el plato vacío

la página en blanco”

Pero también, ¿nos costaría identificar, en todas aquellas personas acampadas en el suelo de las plazas de centenares de ciudades y barrios, una actitud de escucha hacia la tierra, una inmersión mágica que busca delatar el sentido primigenio del hombre para revertir el orden que él mismo ha establecido?, ¿no encontramos en los desalojos violentos que realiza la policía el derramamiento de sangre purificador, la identificación del hombre con la naturaleza, la visión telúrica de la existencia? Viviana Paletta, en el largo poema que abre su obra y que, a su vez, le da nombre ―“Las naciones hechizadas”― afirma con determinismo:

“En la mañana informe del tiempo.

La muchedumbre emerge del barro:

el torso, rígido; la cabeza

levantada”

Aún más explícito con esta cuestión es su poema “La ronda de los arqueros”:

“Nos frotamos

uno tras otro

las manos con resina,

el pecho con tierra bermeja”

La tierra se convierte en el motor de la poesía, en el motor de la civilización, en su brújula (“Despiertos, se desorientan/y hambrean”) y en su codicia (“Pero tenemos pavor/de que nos rapten la tierra”). Por supuesto, los crímenes, el derramamiento de sangre, nos iguala en esta búsqueda por encontrar los elementos que sintetizan al ser humano universal.

“Nuestro es el cuento del barro y del maíz,

y una escarcha de crímenes

que cautivan

a los dioses del azar”

Reflexionar en torno al sentido más primigenio del hombre, reducirlo a las acciones más sencillas, a las causas de las decisiones y sus consecuencias, es la única manera de recuperar los actos individuales que lo caracterizan, de alejarlo de la complejidad de un mundo que impide dirimir responsabilidades, que favorece el refugio en la masa, en los comportamientos comunes. Recientemente un torero afirmaba en un programa de televisión: “yo no soy una persona violenta”, cuando una tertuliana le acusaba de haber provocado una pelea a la salida de un bar; olvidaba tal vez que su profesión principal ―aunque en ese momento se confundiese con la de dicharachero― era la de matar a un animal con diferentes herramientas mientras la gente aplaudía al ritmo de su sufrimiento.

            Confluyen nuestros dos autores, de telurismo y seres humanos también habla Óscar Pirot en su poema “Luciérnaga de sangre”:

“La tierra evapora

su vientre de obsidiana

coagula el tiempo en un grano

de luz”

La recepción de las antiguas tradiciones indígenas de América ―que tan bien supo captar el Conde de Keyserling a través de su idea empírica de la filosofía y de la influencia de la sabiduría antigua en la actualidad― y el sentido latente de lo mítico como herramienta privilegiada para explicar las afectaciones del ser humano, se dan cita en los poemas de Pirot y de Paletta. Pirot acoge en su bestiario a animales como el Ave Fénix, el unicornio o el tzitzimime, animales que salen de nosotros mismos, de nuestra tradición, son si cabe el resultado más perfecto de la fusión entre la bestia y el hombre, fuerza que mide el paso del tiempo, proyección futura; mientras, Paletta acude más al sentido mágico y natural de la tierra, en contraposición con la tradición católica más arraigada en nuestras sociedades, como sucede por ejemplo en el poema “Stabat Mater”[2], formado por estrofas de cuatro versos cuyos dos finales siempre contienen el mismo pareado: “viendo que sus ojos/a la guerra van” ―sinécdoque tomada de la canción gongorina “La más bella niña”[3]― coro de almas que contesta hechizado al corifeo de una antigua tragedia griega. Felizmente la autora lo ubica tras el poema “Las naciones hechizadas” que narra la creación histórica de la civilización.

            En Bestimenta y en Las naciones hechizadas, por tanto, se plasman dos visiones de superación del ser humano: como sujeto animal y como sujeto racional; la liberación del mismo a través de sus emociones más primarias o su liberación en el reconocimiento racional de su especie y evolución. Dos impulsos poéticos que hacen un llamado a reconocerse y que tratan de una manera transversal la reflexión sobre el lenguaje, elemento sobre el que se articula dicho entendimiento, elemento que también permite al poeta hacernos llegar su voz.

“la palabra abandona su casa hueca

y resplandece desnuda en un rincón del jardín

el caracol se deshace por fin del silencio

y ofrece su cuerpo

desnudo en el poema”

De esta forma Óscar Pirot entrelaza bestia-lenguaje-hombre, se sirve de diferentes niveles semánticos para confluir en la importancia central del silencio. Así, muchos poemas evocan ese poder intrínseco que contiene el silencio, como por ejemplo en “Hormigas”, donde éstas son capaces de levantar mucho más que su propio peso, al igual que el silencio es capaz de hacer en relación con las palabras; o en “Pantera”, animal que queda relacionado con el silencio en los siguientes versos: “eres el silencio/que nace en la muerte/de cada palabra”, un silencio posterior, que vive después del fallecimiento de la palabra o que necesita de su muerte para vivir. Sin embargo, ese silencio, inherente a la bestia por su incapacidad de articular lenguaje, evocador de manera intrínseca para la comunicación, adquiere una trascendencia social cuando interactúa con el ser humano ―especie dentro de la cual se encuentra el poeta―, somos incapaces de manejar la palabra, ésta pierde peso, se desintegra y, vacía, sirve más al objetivo de la domesticación; la bestia, silenciosa dentro del ser, aguarda para ser evocada. Así, su poema “Peces”, destaca el virtuosismo de dicha especie para dormir con los ojos abiertos por la ausencia de párpados, luego…

“la palabra es un ojo sin párpados

su sueño es la escritura

su realidad el silencio”

Viviana Paletta, sin embargo, tiende poéticamente hacia el silencio a través de la desarticulación del lenguaje por el uso que de él hacemos los seres humanos. Principia su reflexión en el poema ya comentado que da nombre al libro, “Las naciones hechizadas”, en donde deja clara su vocación de comparar al silencio con el mar; silencio y mar como elementos inmensos que dan sentido al lenguaje y a la tierra, respectivamente. A medida que avanza la obra, el tono de la poesía se va volviendo más intimista. El lector encuentra con sorpresa un poema sin título, como arrojado dentro del poemario, compacto, sin división versicular ni estrófica, palabras que en realidad son símbolos de imágenes que forman parte del imaginario colectivo actual (bombas, agonía, comparsa), siempre impulsadas por un verbo que pide acción y que, sin embargo, finaliza con una negación reiterada. Después de esta condensación asfixiante del lenguaje, el poema “Aire” ofrece una vía de escape momentánea al lector, arrojando algo de esperanza frente al tono de pesimismo existencial que mantiene Paletta a lo largo de toda su obra.

“Pero me han dado

una copa de viento:

¿no la he de apurar?”

Estos “poemas-bloque”[4] los repite la autora hasta en dos ocasiones más: “Fanfarria del arlequín”, en donde el hombre es el centro de todas las palabras, y “Opereta forense”, articulado en torno a la figura de la muerte que se apodera del centro de la existencia. El efecto de estos poemas dentro de la obra es de solidez del lenguaje, de ahogo al lector con el uso de numerosos términos ora semejantes ora ambiguos, no hay espacio para el descanso, no hay signos de puntuación, ni siquiera el punto y final. Paletta redondea la significación de la forma con su espléndido y extenso poema final, “Enciclopedia universal”, que reproduce alfabéticamente multitud de términos que hacen referencia a la violencia del siglo XXI; de manera visual el lector ubica entre corchetes, en diferente color y ajenos al orden alfabético, aquéllos términos que hacen referencia a la realidad de los vencidos ―los que pueden dar luz a la historia que nos imponen desde los medios de comunicación―, sin embargo, estos corchetes se van quedando vacíos, se van haciendo más tenues en su tinta, se convierten en territorio devastado, espacio vacío, lenguaje silenciado.

            El poemario de Viviana Paletta está conformado por poemas nada uniformes, tanto en la extensión métrica del verso como en el número de éstos; la mayor parte de las veces, dichas extensiones vienen condicionadas por el contenido del propio poema, por el empleo de elementos simbólicos (poemas más breves) o el de elementos realistas (poemas más extensos, más descriptivos), la autora maneja con maestría el ritmo poético, acelerándolo a través de anáforas o ralentizándolo por medio de oraciones yuxtapuestas, ni qué aludir a los denominados “poemas-bloque” o a “Enciclopedia universal”, bombardeo de términos o conceptos que nos resultan ―horror del siglo XXI― peligrosamente familiares. La poeta desaparece detrás de los protagonistas de su poesía, lo cual confiere originalidad a cada uno de ellos, en algunos alcanza a identificarse dentro del colectivo, mientras que en otros su voz se objetiva por completo.

            La voz de Óscar Pirot juega también con los distintos planos semánticos a los que hemos aludido con anterioridad, en algunas ocasiones el que habla es el propio animal, en otras habla el poeta desde la perspectiva del animal, y en otras atrae para sí su imagen animal, es decir, en ocasiones hay una imagen fiel de la bestia mientras que en otras hay una imagen de la imagen que la bestia deja en la percepción humana. Cada poema se adapta milagrosamente en su forma a la concepción del animal protagonista, a veces de una manera radical; encontramos asteriscos repartidos entre las letras en el poema “Rastros de luciérnaga” o en “Transbordo-hormigueo”, se sitúan enfrentados el murciélago y el búho para hacer un juego sobre sus visiones, se ondula la estrofa que recrea el vuelo de las palomas al compás del verbo creer al inicio de los versos, minúsculas, mayúsculas, paréntesis consecutivos, espacios vacíos, comillas que no encierran nada, cualquier elemento ortográfico sirve al significado del poema, el lenguaje se disloca en virtud de las mordeduras de una extravagante cocodrila o se adapta al vuelo de una revoltosa mariposa,

“obsérvala atentamente

no está ahí no pertenece al tiempo es sólo

un espectro de seda una mancha que

dice –vámonos”
Lenguaje sinestésico que nos permite entrar en el espacio de percepción del animal para luego salir de él por medio de sensaciones universales, porque son éstas las que pueden producir la catarsis en el ser humano. Las naciones hechizadas, de Viviana Paletta y Bestimenta, de Óscar Pirot, en su disparidad de formas y contenidos, son un debate vivo de causas, medios y fines, una búsqueda de la animalidad, de la emoción, del reconocimiento y de la incertidumbre de lo que somos. Paletta comienza Las naciones hechizadas con unas palabras tomadas de Elias Canetti: “Las banderas están a todas luces compuestas de viento”. Óscar Pirot las corresponde en su “Ave Fénix”: “descubrirás/que ya no eres el ave/sino el vuelo”. No nos olvidemos de la animosidad que mueve nuestras acciones, de la consciencia que envuelve nuestros actos, del viento, del vuelo, de la vida que agita toda la materia, del murmullo de la bestia en torno a una tierra afligida y llena de semejantes.



[1] Poco después de la lectura de ambos poemarios, un quince de mayo, miles de almas decidieron poner letra a su indignación en miles de carteles esparcidos por la Puerta de Sol de Madrid, algo que contagió a muchas ciudades, de muchos territorios, en un grito que perdura hoy, más localizado.
[2] Dicho poema proviene de una secuencia católica del siglo XIII que principiaba: “Stabat Mater dolorosa”, y reflexionaba en torno al dolor que María sufrió ante la crucifixión de Jesús.
[3] Además de este recurso intertextual, encontramos a lo largo del poemario nuevas referencias que nos llevan a autores tan relevantes como Garcilaso o Rubén Darío, a través de los cuales la autora nos propone un juego de actualización, una lectura clásica de la historia moderna.
[4] Término con el que, no sin temor, nos atrevemos a denominar a este tipo de poemas.

martes, 19 de febrero de 2013

A bote pronto I: El libro de Monelle, de Marcel Schwob

Un amigo especial me recomendó hace tiempo El libro de Monelle, a este amigo le gusta hablar de los sucesos cotidianos de la vida, él siempre encuentra alguna frase lapidaria para encerrarlos y, sin embargo, estos sucesos crecen en perspectiva, se derraman en pensamientos, se prolongan hasta incluso perder el horizonte de su remedio, nunca una frase lapidaria tuvo más vida. El libro de Monelle llegó a mi mano, más bien mi mano llegó a él (Buenos Aires, Editorial Argonauta, Segunda edición, 1974). Mi amigo encierra en su palabra toda suerte de pureza, sus ojos son expresión del alma cuando su memoria prodigiosa se derrama por todas esas hojas que en un pasado leyó, admiro su ágil amansar de palabras hasta encontrar el mimetismo con las que el escritor las produjo. Pero como dice el propio Schowb, "Piensa en el momento. Todo pensamiento que dura es contradicción", y nosotros, amigos, volvemos a caer en las mismas discusiones, la cotidianidad avanza y nos detenemos en ella, nos contrariamos, nos prostituimos.
Después de leer El libro de Monelle me quedan dos sensaciones disímiles: la ternura, la intensidad, el onirismo que experimenté al terminar Hiperión o El eremita de Grecia, de Hölderlin; y la intimidad y confianza con la que platico con mi amigo, salvo que por detrás de mí aparezca una mujer hermosa o embriagadora que bien pudiera ser la propia Monelle. Monelle es "algo" que promete un mundo diferente al que estamos acostumbrados, empuja hacia un viaje iniciático de un espacio y tiempo nuevos. La primera parte del libro, por tanto está llena de aforismos que en realidad son consejos ante la incertidumbre. Después, ¡lectores imprudentes!, llegamos a conocer a las hermanas de Monelle, todas las máscaras que coexisten en la misma danza que leemos, son personas de carne y hueso como nosotros, algunas las reconocemos bien en nuestra experiencia. Monelle nos espera al final del viaje y sólo ahí nos preguntamos si el camino ha merecido la pena o si hubiera sido mejor quedarnos quietos. Una sentencia inicial nos ayuda a dictaminar: "No digas: ahora vivo y mañana moriré. No dividas la realidad entre la vida y la muerte. Di: ahora vivo y muero".
Quien se acerca a El libro de Monelle cree encontrar espejos mágicos que responden a preguntas recurrentes, pero cuando uno va a abrazarlos para llevarlos consigo éstos se diluyen como pequeños charcos de agua bajo el efecto del sol. Y es que "Los hombres buscan su alegría en el recuerdo y resisten a la existencia y se enorgullecen de la verdad del mundo, que ya no es verdadera puesto que se ha convertido en verdad".

lunes, 18 de febrero de 2013

Una nueva literatura en movimiento

 

Los andantes

Federico Guzmán Rubio

253 pp.

Ediciones Lengua de Trapo, Madrid, 2010

 

 

¡Tranquilos, no se alarmen, no es teatro!, decía Araquistáin en una columna del año 1930 a una sociedad que aún no estaba lo suficientemente madura ―en términos artísticos― para asimilar los nuevos conceptos que introducían las vanguardias. El teatro es demasiado público para aceptar en la escena muchas cuestiones que, por otro lado, se leen con agrado ―o al menos sin escándalo― en la intimidad de un espacio privado. Tranquilos, no es teatro, podemos leer la novela de Federico en nuestra escandalosa intimidad, sin levantar falsos velos que subsuman o etiqueten a una novela o conjunto de cuentos ―esto es advertencia del editor― como una “farsa erótica” o un “drama pornográfico”. Homenaje o no a aquellas palabras de Araquistáin ―y casi cien años después―, hace pocos días obligaron a la dirección del Festival de Teatro de Mérida a retirar de una exposición pública una fotografía en blanco y negro del actor Asier Etxeandia ―dispuesto a interpretar “Infierno”, una versión de Tomaz Pandur sobre la “Divina Comedia”― desnudo y tapando su sexo con la fotografía de un Cristo crucificado. Pero esto es otra cuestión.

Hace bien el editor de Lengua de Trapo en advertir al lector la estructura que va a encontrar en la narración de Federico Guzmán Rubio: leamos como leamos ―cuentos lineales o novela circular―, la sensación es la de un viajero que se traslada con los personajes a un buen número de países en los que ir arrastrando un escepticismo existencial difícil de encajar dentro de una conciencia colectiva que los ordene. Así, lo que se desarrolla con un destilado realismo, no exento de una ingeniosa ironía, acaba por parecer en muchos momentos fruto de una simple plática entre compañeros a los que les gusta imaginar, contar historias, inventar situaciones que ellos creen inverosímiles pero que el lector destila con extraordinaria normalidad. Los personajes luchan contra el tiempo, como si éste no pasara en la dirección deseada y simplemente se reconocieran en su paso, según avanzan las historias cada uno va perdiendo un poco de protagonismo, fruto tal vez de ese reflejarse en los otros. La identificación del lector con los mismos es máxima, detrás está el esfuerzo del autor por mantener, sea cual sea el personaje que interviene, la primera persona. Así, la narración da saltos entre el diario, la carta, la confesión, la aventura imaginada o el testimonio, dotando al texto de un gran dinamismo y combinándolo ―las menos ocasiones― con un narrador omnisciente que aporta datos sobre el pasado. Aunque es cierto que en ocasiones las evidencias estructurales del texto permiten al lector predecir lo que puede estar ocurriendo en la narración de un determinado personaje, no es menos cierto que la riqueza temática, la diversidad espacial, las reflexiones ingeniosas de índole sociológica, el factor metaliterario y el trabajado carácter de los personajes para evidenciar al individuo de este siglo, acaban constatando la calidad de la narración.

Atento lector, esto no es teatro, es cuento o novela, lo que prefiera, no es una narración de hechos gratuitos, sino el fruto de un buen arquitecto literario, no es la anécdota fácil ni el atrayente color local mexicano sino el producto de una rica tradición literaria que sitúa a la mujer y a la tierra en los motores del discurso de sus protagonistas: los anhelos, el poder-haber-sido, los viajes de y hacia ellas, son temas contados por un autor, Federico Guzmán Rubio, que promete no dejarnos indiferentes.

 

 
Conrado Arranz
octubre de 2011

jueves, 7 de febrero de 2013

Historia de un encuentro, el último


Suicidio

Édouard Levé

102 pp.

451 editores, Madrid, 2010

Traducción de Julia Osuna Aguilar

 

 

Nuestra sociedad oculta, de alguna manera, el suicidio como acontecimiento sociológico ―ni qué mencionar el suicidio infantil. El silencio, los murmullos, las hipótesis ―generalmente infundadas― acerca de los desencadenantes, lo configuran muchas veces como un tabú detrás del cual se cree dejar atrás la frustración. Políticos, psicólogos, familiares, acallan la que seguramente es la manera más firme de finalizar una existencia finita ―que se sabe desde el mismo momento del nacimiento―: la vida. ¿Hay miedo a acometer una reflexión colectiva sobre las causas que nos avocan a dicha decisión?, ¿existe desconfianza en el hecho de tener la posibilidad de descubrir por qué son las naciones pobres ―materialmente hablando― las que tienen un menor índice de suicidios, lo cual contrasta con el alto índice de muertes violentas? Sea como fuere, el hecho mismo de suicidarse condiciona el recuerdo existencial hacia el suicida. Un acto fugaz que termina derramándose sobre la conciencia de los vivos. Una muerte que es afirmación de vida.

*

Suicidio es, sobre todo, un acontecimiento. Un acontecimiento histórico, literario y social que gira en torno a un personaje individualista, no por ello incapaz de pensar en los demás y en el resto de las cosas. El hecho más extraordinario es que en el libro confluyen de una manera cierta realidad y ficción. El autor-narrador, Édouard Levé ―que se suicidó tres días después de enviarle este libro a su editor― se dirige a un personaje-suicida que ya ha dado fin a su existencia. El extraordinario suceso queda como un pretexto para poner de relieve al sujeto y, por qué no, para despejar algunas de las incertidumbres que no puede manejar el desaparecido sobre los supervivientes. Por tanto, la novela vive de la esencia de un acto reflejo: el arrojado por la forma en que el autor se mira en su personaje ante un hecho que es capaz de integrarlo. “Frente al espejo […], tu mirada te atravesaba la cara como si fuese de aire: los ojos de enfrente eran insondables”, afirma el narrador. Levé narrador frente a Levé persona, enfrentados en un espejo que pone inicio a la narración y final a una vida artística. Magnífico acierto el de 451 editores al situar el rostro de Levé detrás de la portada y, nuevamente, detrás de la contraportada, enfrentados, como encerrando el material textual de la novela ―ignoro si se hizo así en la versión original francesa pero, de cualquier manera, celebro que se mantenga en la española.

         El sosiego con el que el narrador aborda la historia de este suicida contrasta con la determinación con que éste se siente avocado a la muerte. La herencia de un padre violento y una madre sufridora, las reflexiones que la sociedad le impone para progresar, la forma en la que los objetos de un muerto se adaptan a su propia materia, configuran el escenario de un naturalismo del siglo XXI, caracterizado por la falta de referentes, el olvido de los valores que deben animar a los seres humanos y la pasividad individual ante las injusticias, que se ven mejor reflejadas en un joven de veinticinco años ―edad del personaje. En otros momentos, el personaje principal pasea solo, y sin mayor pretensión, a lo largo de una ciudad que no conoce, recordando al lector la presencia pasada de Mr. Meursault o Adam Pollo en las novelas El extranjero, de Albert Camus o El atestado, de J.G.M. Le Clézio, cobra el personaje una relevancia vital que se confunde con el espacio.

         Pero sobre todo, Suicidio es un canto lírico a la vida y concluye, como tal, con doce páginas de tercetos escritos y guardados por el suicida en el cajón de su escritorio; es el testamento vital de un autor que hace ya cuatro años nos dejó sin sus letras y sin sus imágenes.

 
Conrado Arranz
mayo de 2011