La reseña que expongo a continuación fue escrita para Separata. Revista de pensamiento y ejercicio artístico, nº. 22, Santiago de Querétaro, abril de 2011
MURMULLOS
18
escritores. La novela latinoamericana contemporánea.
Paz Balmaceda (Entrevista)
246 pp.
Barataria, Barcelona, 2010
Habitar Comala puede
ser una opción segura para saber qué ocurre hoy con la novela latinoamericana
contemporánea, el problema radica en que no todos somos Juan Preciado y, aunque
lo fuésemos, sería muy difícil distinguir las voces de los muertos que nos
reconducen u ofrecen una explicación sobre nuestro pasado. Lo de los muertos no
es sino una vulgar metáfora –seguramente mal elaborada– en torno a una
literatura viva que, antes de nacer piensa cómo ha de morir, mejor dicho, cómo
ha de encontrar la mejor muerte posible o, mejor aún, piensa si no está muerta
ya antes de ser enunciada. “La pregunta principal no es qué debemos decir, sino
si realmente podemos decir algo”. Prima el esfuerzo de la preciada entrevistadora, Paz Balmaceda, para bajar a un pueblo en
el que cada casa es habitada por una voz; voces por tanto que, desde su
singularidad indiscutible, lanzan mensajes hacia el exterior, hacia los
espacios comunes, maraña de palabras, reivindicaciones, temas; el hilo se hace
madeja, no hay gato que desenvuelva la misma sin que ésta eche a correr por su
propia inercia y retorne –la mayor parte de las veces– al hogar íntimo y original del que en muchas ocasiones,
nos cabe la duda, no tenía que haber salido. “Creo que es una buena actitud
escribir con otras cosas en la cabeza”. Así, gracias a la lectura de 18 escritores. La novela latinoamericana
contemporánea, conocemos ecos personales que no nos será difícil habitar de
nuevo –Antonio José Ponte, Iván Thays, Lina Meruane, Pola Oloixarac, Sergio
Chejfec–, encerrarnos en sus universos abstractos y convertirlos en una caja de
resonancia que nos inspire, conspirar en su frontera individual sin saber qué
otro criterio de quién sabe qué gobernante
sea el que impera en los lugares comunes. “La literatura como un ente abstracto
que se reconstruye por medio de universos personales”. En su voz está la
aventura de conquistar espacios que seguramente ya estuvieran ocupados, pero
no-hay-miedo porque aquí ni siquiera están nombrados; el lenguaje se transforma
en herramienta de libertad y libertinaje, les define siempre; desprecian así
los horizontes editoriales, aquellos que consignan el valor de lo diferente en
pos de los consumos mayoritarios. “El uso que hacemos del lenguaje siempre nos
sitúa”. (Me niego a denominarlos Colectivo Fu, aunque así se llamen, es más,
borro este subtítulo de la cabecera de la reseña). Son autores que muestran su
desapego a grupos, generaciones y movimientos editoriales, son autores que
creen en su palabra pese a saber que mienten, autores que se leen antes de ser
leídos, que no atienden tanto a una tradición basada en criterios territoriales
cuanto a una universalización de la letra entrando en el territorio humano; es
como un recreo lleno de guiños intertextuales, de experiencias reconfortantes y
aun otras incómodas, de juegos –pero sólo de aquéllos que no disipan la
seriedad de los debates importantes. No me extraña que sea “posible hacer un
diagnóstico médico y otro literario, pero sólo es conveniente usar uno”.
¿Escuchamos su voz o atendemos a la enfermedad que busca anclar en algún punto
nuestro lenguaje?, ¿los ruidos vienen de fuera o los reproducimos en nuestro
interior cuando alcanzamos el verdadero sentido del silencio?